Sin embargo, el programa económico no debería autolimitarse por ese factor, aunque el sector privado pueda confiar o no en su continuidad. Por ejemplo, el esquema de estabilización en vigencia, basado en el control de la base monetaria, ha fijado sus parámetros hasta mediados de este año, pero se impone ampliar ese horizonte. A su vez, la forma en la que la economía pueda viajar hacia un escenario de verdadera estabilidad depende del mix de una política monetaria y cambiaria que sigue condicionada por un sector público fuera de escala, tanto por el lado del gasto como de la presión tributaria, por lo que el sendero de las variables fiscales será crucial. De igual modo, la velocidad de esta travesía está atada a la factibilidad legal de desindexar los contratos, tal como ocurrió con el plan Austral (1985) o el de Brasil cuando se introdujo el real (1994). La deuda pública exigible (privados más FMI, BID y demás organismos) estimada para 2019 es de 53,2 % del PIB, por lo que existen muchas opciones antes de pensar en un default, siempre que la economía crezca y perdure la austeridad fiscal. Respecto de las reglas de juego para la inversión, es clave el rediseño del Mercosur, pero la idea de recortar a la mitad los aranceles de importación que se barajó en la cumbre Macri-Bolsonaro debería adquirir un carácter más formal, para ser evaluada.
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